¿Cuánto hace que no te hacés una mamografía?

María Eugenia, diagnosticada a los 44 años de cáncer de mama, cuenta su experiencia.

 

Si una mujer que recién conocés te pregunta “¿Cuánto hace que no te hacés una mamografía?” y enseguida recomienda: “No dejes nunca de hacértela, ¡a mi me salvó la vida!”, probablemente hayas tenido el placer de encontrarte con María Eugenia.

                            

 

A los 44 años, en un chequeo de rutina, a Maru le detectaron cáncer de mama en estadios iniciales, cuando el nódulo no era aún palpable ni por un profesional médico, y mucho menos por ella misma en un autoexamen: “La ecografía y la mamografía de control anual detectaron algo que luego ratificó la punción y el FISH. Todo fue gradual y eso sirvió para ir ‘haciéndome la idea’. El resultado de las punciones fue el quiebre: leer ‘carcinoma’ entre mil palabras que desconozco, era suficiente”, recuerda y agrega: “Tenía antecedentes de cáncer de mama, ya que mi abuela materna y mi tía (hermana de mi madre) tuvieron la enfermedad.

Los principales factores de riesgo para el desarrollo de la enfermedad son la edad (el riesgo crece a medida que cumplimos años) y el hecho de ser mujer. La doctora Verónica Sanchotena explica:

Además, tener antecedentes familiares de cáncer de mama u ovario también aumenta el riesgo, es por eso que desde la Sociedad Argentina de Mastología recomendamos en estos casos comenzar con los controles mamarios – especialmente la mamografía- 10 años antes de la edad en que se diagnosticó la enfermedad del familiar”.

El día que tomé plena conciencia del diagnóstico, y luego de que mi hija Violeta se durmió, me tomé un whisky con mi marido (él dice que yo tomé media botella) y le dije que por fin había entendido todo: para mi, lo más importante en la vida era ver crecer a nuestra hija, y el diagnostico precoz me daba todas las posibilidades de hacerlo. Fin de la tragedia, nunca más sentí miedo, y al día siguiente, pedí turno con la mastóloga que me recomendó una amiga”, cuenta María Eugenia, quien con esa fuerza y motivación, además del apoyo incondicional de su familia y amigos, hizo frente a la enfermedad.

A Maru se le indicó una combinación de terapias: cirugía, cuatro sesiones de quimioterapia y 37 de rayos. “El diagnóstico fue el 30 de mayo y el 23 de junio ya estaba en el quirófano. Lo chocante de la operación fue verme las costuras, no más que eso. Pero por delante tenía la quimio y cuando le pregunté a la médica si me iba quedar pelada, me dijo que sí”, menciona.

Los efectos adversos de la quimioterapia son muy angustiantes para las pacientes, principalmente las alteraciones en el cabello, piel y uñas, que conllevan la caída del pelo, el signo más visible de la enfermedad. La mastóloga desarrolla:

Actualmente, muchos de los efectos secundarios pueden prevenirse o controlarse mediante medidas simples o farmacología específica, aunque aún no contamos con ninguna para evitar la pérdida del cabello. Por otro lado, ciertos síntomas muchas veces no se mantienen durante todo el tratamiento sino sólo en los días cercanos a la administración de la medicación; y a su vez, pasados varios días, muchas alteraciones se revierten”.

Los implantes capilares ayudan a reducir el impacto que la pérdida de cabello supone para las pacientes. “Una amiga me averiguó todos los modelos, precios y cortes de pelucas; me acompañó a hacerme las pruebas y antes de comenzar con el tratamiento, ¡allá fuimos! Me sostuvo la mano firme mientras me rapaban, mirando contra la pared porque le daba congoja… Con la otra mano sostuvo mi pelo a medida que lo cortaban. Cuando la peluquera terminó, se dio vuelta y me dijo: `¡Tenés la cabeza perfecta! ¡Te queda increíble!´”, relata Maru y continúa: “Me pegaron la peluca y me peinaron. Luego, mi amiga me llevó a que me enseñaran a maquillarme las cejas por si se me caían y a ponerme pestañas postizas. Salí hecha una diosa, ¡nunca había tenido tanta producción!

Gracias a la medicación, María Eugenia no sufrió las náuseas de la quimioterapia y pudo continuar trabajando y mantener sus actividades sociales: “Soy publicista y diseñadora gráfica y lo hago desde mi casa; si me cansaba, me recostaba un rato... Tampoco dejé de tener vida social, me pintaba como una puerta, tal como me había enseñado la maquilladora, y salía”, dice y agrega: “¡La peluca la soporté tres días! No aguantaba más la picazón. Pedí que me la despegaran y por primera vez me vi en el espejo rapada…Me puse un pañuelo y le expliqué a mi hija que no iba a usar más la peluca, y cuando pidió verme la cabeza, me saqué el pañuelo y dijo: `Mami, ¡sos hermosa!´.

Si bien no tuve náuseas durante el tratamiento, sí tuve efectos de los más insólitos: un día me dolía un dedo, otro día me aparecía una llaga en la boca, otro un calambre y en algunas oportunidades sentía dolores corporales como los de una inminente gripe”, menciona Maru y, entre los efectos secundarios más problemáticos comenta que “la quimioterapia provocó una menopausia, y para no poner en riesgo la fertilidad, si bien todavía no es recomendable un embarazo, la mejor solución fue congelar embriones y sacarme los ovarios y las trompas, pero no el útero.

Sin embargo, fiel a su espíritu optimista, y luego de relatar estas difíciles situaciones que atravesó durante el tratamiento, Maru afirma: “Jamás estuve tan protegida, mimada y admirada por mi familia. Los compañeros de trabajo se volvieron amigos; los amigos, hermanos. Esto también es secuela de la enfermedad: aprender a dejarse amar.

La Sociedad Argentina de Mastología, en pos de lograr la detección precoz del cáncer de mama, recomienda a las mujeres asintomáticas y que no tienen antecedentes familiares de la enfermedad realizar una mamografía anual a partir de los 40 años. Entonces, para concluir, y como diría Maru, ¿cuánto hace que no te hacés una mamografía?


Asesoramiento

Dra. Verónica Sanchotena - MN114425 - Miembro de la Sociedad Argentina de Mastología - Médica Mastóloga del Hospital Municipal de Oncología Marie Curie.

Testimoniales

María Eugenia Mignogna (45 años).

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